Hoy nos convoca en forma urgente la necesidad de darle un lugar de reconocimiento a un dolor que fue sistemáticamente rechazado y excluido tanto de la sociedad como de la ciencia, del pensamiento científico y del discurso médico. Dolor que no pudo ser reconocido tampoco por la psicología, ni por las disciplinas que acompañan a los trabajadores de la salud, tanto el personal sanitario como del conjunto de agentes de salud que portan los saberes y prácticas que acompañan a las materpaternidades, en las etapas preconcepcional, embarazo, parto, nacimiento, puerperio, lactancia, crianza y vínculo temprano.
Introducción
Cuando irrumpe la muerte al inicio de la vida, no hay palabras, no existen palabras, es un dolor innombrable, no tiene forma de ser nombrado.
Sabemos que la muerte al inicio de la vida es algo que desestabiliza todo nuestro edificio de creencias, además del impacto subjetivo, del estrés traumático, es un dolor infinito, el dolor por la muerte por nuestros hijos, ya sea la breve experiencia embrionaria o fetal, más allá de cualquiera sea la etapa de su gestación.
“Lo que no tiene nombre no existe y lo que no existe no tiene derechos.”
Nos convoca la necesidad de visibilizar cómo es vivenciado subjetivamente el duelo en una sociedad en que la muerte aún es un tema prohibido, ya que son duelos desautorizados, estigmatizados y condenados a vivir en aislamiento, en condiciones de marginación y exclusión social.
Se nos impone abrir, ampliar la escucha y la mirada en una Nueva Visión del Duelo desde el modelo integrativo, que nos permite reconocer y jerarquizar varias dimensiones.
- El duelo como un derecho humano universal. El derecho a sentir y a expresar nuestro dolor. El duelo deviene de nuestra capacidad de amar y de sentir. Reivindicamos el ejercicio de un derecho humano universal, que es el derecho inalienable que debería tener cualquier ser humano de expresar su dolor de forma validada y acompañada socialmente.
“Todos los seres humanos tenemos derecho a ser recibidos y despedidos de este mundo de una manera digna y respetuosa”.
- La des-patologización del duelo perinatal.
El duelo no es ni un trastorno ni una enfermedad, no es un proceso patológico, el duelo es un proceso saludable, deviene de nuestra capacidad de amar y de sentir, sobre la cual recayó la prohibición de un paradigma ideológico valorativo de nuestro tiempo histórico.
Al ser desautorizado, lo que no puede ser reconocido, no puede ser procesado, es decir fracasa el proceso de elaboración de la experiencia. Cuando son pérdidas tempranas, se les niega la existencia a nuestros hijos, y si son pérdidas más avanzadas, también se nos niega el derecho al duelo.
Se activa un mecanismo de polarización, es decir a más silencio social, a más negación de la existencia de nuestros hijos y la negación del derecho a sentir, más será el apego al dolor, más las resistencias que cronificaran los procesos, se convierten en circuitos de retroalimentación, que generan sintomatología y conducen a las patologías. Luego son procesos que deben ser diagnosticados y medicalizados. Muchos autores coinciden que las patologías del duelo, como el estrés post traumático o la depresión tienen que ver con la falta de reconocimiento y apoyo social, no tanto con lo intrapsíquico, con factores previos de personalidad, y/o de antecedentes en salud mental.
- Desde la perspectiva de género.
El dolor femenino históricamente fue asociado a la pérdida de control, ha sido vivido como una amenaza, quedó asociado a la locura. No ha sido ingenuo, ha sido una condena política, aleccionadora y represiva sobre el poder que tenemos las mujeres.
La locura femenina ha sido y es el resultado de todas las formas de violencias y vulneraciones ejercidas sobre las mujeres desde el paradigma hegemónico dominante patriarcal.
De aquí la necesidad de dignificar el dolor de las mujeres, de despatologizar el duelo, de otorgar derechos, el derecho al duelo, validar el derecho a sentir y a expresar nuestro dolor.
No estamos locas, no nos vamos a volver locas, necesitamos llorar, hablar, gritar, expresarnos por nuestro propio dolor y por todas las que no pudieron hacerlo.
Una emoción central de estos procesos de duelo es la culpa, y sabemos que la culpa es estructural de la condición femenina. Por eso una de las cuestiones centrales a trabajar es la desculpabilización, las madres cargan con la condena en silencio de por vida. Se sienten malas madres, malas gestantes, la autopercepción de la responsabilidad y la culpa se convierten en una misma representación.
Ellas son las mayores implicadas en la pérdida, perciben sus úteros que alojan la vida y la muerte. Se confiesan “madres malas, malas madres, malas gestantes…” que no han podido retener a sus hijos con vida… o que sienten que directamente han atentado contra la vida de sus hijos.
En muchos casos manifiestan patrones de autocastigo, por lo cual se malogran lo bueno, no se permiten el disfrute, el bienestar, los logros, avanzar en la vida. Se observa cómo aparecen patrones de desconexión de sí mismas y del resto de sus vínculos, muchas dicen “estoy como muerta en vida”, otras dicen directamente “estoy muerta en vida”.
Por este motivo hemos de trabajar para “deconstruir” y para “desaprender” lo que fueron siglos de opresión, algunos autores hablan de 6000 años de este sistema patriarcal. Nuestra tarea como acompañantes en duelo, será también de ayudar a desarticular los dispositivos de construcción de subjetividad femenina, al servicio del desmantelamiento sobre lo femenino. En convergencia con tantos autores, cuando afirman que los dispositivos femicidas, se siguen replicando en muerte simbólica y subjetiva sobre las mujeres y personas gestantes.
- Desde la prevención.
El duelo es parte de la vida, y aprender de la capacidad de duelar, desde lo cotidiano, desde los microduelos en lo simbólico. Desde el modelo de la respiración, sino soltamos todo el aire viejo, no podemos inhalar y tomar el aire nuevo.
En el imaginario social el duelo viene después de la pérdida. Mi hipótesis es que cuando una mujer puede trabajar una primera pérdida gestacional perinatal, o las primeras pérdidas, baja la probabilidad, – no es garantía- pero puede bajar la probabilidad de futuras pérdidas gestacionales.
Los colegas que nos dedicamos a esto, y lo digo desde mi clínica, desde mis espacios de supervisión y como formadora en duelo, nos encontramos con madres con pérdidas múltiples, lo cual es muy difícil de trabajar, nos preguntamos ¿cómo se aborda un proceso de acompañamiento cuando llega una madre a la consulta que ha perdido 9 embarazos, nueve embarazos son nueve hijos a duelar?
Todas preguntas abiertas, para la comunidad profesional, a mi modo de ver esto no lo podemos admitir, esto no puede seguir pasando.
La necesidad de las campañas, de la psicoeducación, de la formación y la actualización permanente, es para llevar este mensaje a los profesionales y a las familias.
Enfocar en los duelos tempranamente desde la prevención, es anticipar sobre las muertes perinatales evitables.
- Desde la inclusión/integración.
Todas las corrientes del duelo perinatal postulan que se finaliza el trabajo de duelo en la fase de la aceptación, es decir se trabaja para “despedir”. Sabemos por experiencia que una madre, ni un padre, ni las familias están en condiciones de despedir a un hijo. Y menos cuando la muerte irrumpe al inicio de la vida. Son duelos inadmisibles, inaceptables para las familias.
Hay una ley del psicoanálisis que dice que: no se puede separar aquello que no ha estado unido primero. Nuestra pregunta es acerca del tiempo necesario para esa fusión, para ese tiempo de abrazo inicial de la vida, ese tiempo de anidar en el vientre materno fue tan breve tan fugaz, que no se ha llegado a completar esa vinculación, por lo cual las familias quedan añorando, esperando en silencio, aún sin saber que esperan.
Ese vacío que ha dejado ese ser para el cual han hecho un lugar, pareciera se sigue esperando toda la vida…Y aunque lleguen otros hijos no se resuelve. Son los duelos interrumpidos, quedan los duelos no resueltos, en espera, detenidos por años, hasta que por algún estímulo como fechas significativas que son síndromes de aniversario, como así otros estímulos familiares, se reabren y vuelven a quedar demorados.
Son duelos que permanecen encapsulados, y que trabajan como tumores silenciosos a lo largo de años y décadas. El duelo no realizado es como una sustancia corrosiva que quema por dentro y va tomando todas las áreas de la vida de la mujer, la pareja, la crianza y la familia.
Y cada hijo merece ser incluido y tener su lugar en la trama familiar. Merece que nos podamos detener para hacer el tiempo necesario para ese procesamiento de la experiencia, reconocer aquello que hemos sentido, trabajar el duelo, nombrar a nuestros hijos.
Yo suelo decir trabajar en la “revinculación” de modo que esté vivo en el recuerdo y en nuestros corazones. De modo que, al evocarlos, sintamos su presencia en paz, de modo que ese vacío vaya dando lugar a la presencia simbólica, recuperando el lazo afectivo. Como dice Bert Hellinger, “los lazos a nivel del alma son indisolubles.”
- Desde la dimensión social, comunitaria y colectiva.
Desde la perspectiva sistémica, en el modelo integrativo, mi propuesta es invitar e incluir a todos los miembros del sistema familiar implicados en la pérdida, a los padres, hermanas y hermanos, abuelas y abuelos, a la familia ampliada, a los equipos de salud, y finalmente a la dimensión de un tiempo histórico en la perspectiva transgeneracional. Por eso las campañas de difusión y toda la necesidad de formación y actualización en el tema para expandir el mensaje, y que todas las familias tengan derecho al duelo, el derecho a recibir la contención con un proceso de acompañamiento en su duelo.
El duelo tiene que ser acompañado, es la condición de aislamiento lo que ha llevado a las mujeres a no poder tramitar el dolor, haberse tenido que esconder, llevarlo con la carga del estigma y la vergüenza. Debemos abrazar el dolor de las mujeres y de las familias.
Para que nadie más tenga que vivir su duelo en soledad. Y también para que los agentes sanitarios tengan la sensibilidad, el respeto, la empatía y dispongan de herramientas para abordar esta temática. Es necesario volver a las tribus, a brindar espacios de grupalidad, donde las mujeres, las parejas, las nuevas configuraciones familiares, puedan validar y compartir su dolor.
Se ha demostrado que el 80 % de la recuperación se logra gracias a estos dispositivos grupales. Antiguamente los duelos se hacían en comunidad, la dimensión del duelo debe ser comunitaria, justamente por los siglos de aislamiento, silenciamiento, y exclusión social.
- Desde la dimensión política y espiritual.
El dolor como un campo de vulnerabilidad, si es validado, legitimado y acompañado, genera una transformación que da lugar a una potencia, un campo de fuerza emergente, puede abrir un nuevo campo de conciencia, si es canalizado a través de causas sociales, por el activismo, como fuerza colectiva se traduce en procesos de construcción histórico sociales.
“Reivindicamos el Amor como Acción Política”
- La dimensión del Transgeneracional.
“Cuándo en una familia surge un buscador es porque esta encarna del deseo de todo el clan de salir de las repeticiones y lo conocido hacia adelante”
Alejandro Jodorowsky
Todos venimos de historias familiares, secretos familiares y duelos interrumpidos de tiempos inmemoriales. En nuestra generación estamos sanando, todas las pérdidas, de nuestras madres, abuelas, de las dos ramas, y mucho más atrás aún.
Han sido mujeres que han sufrido lo indecible, embarazos que no han llegado a término, gestaciones sin concepción, mujeres que han fallecido en partos, en abortos, niños de muerte temprana. Por hambre, por guerras, por ignorancia, por repeticiones de otras pérdidas más antiguas.
Todo eso estamos sanando ahora, profundas heridas, memorias de dolor, patrones, programas, campos de energía, se trata del cuerpo del dolor colectivo femenino inconsciente de la historia de la humanidad.
El mismo Freud hablaba del “alma colectiva” en Tótem y Tabú y Carl Jung hablaba de inconsciente colectivo.
La escuela sistémica descubre en los años 70, y revela a partir de las investigaciones con pacientes graves y sus familias, que sus patologías tienen que ver con los secretos familiares, resultante de dramas no resueltos de tres generaciones.
La información inconsciente del árbol genealógico se encuentra en cada miembro de la familia. La información no se pierde, los sucesos, las experiencias, las fechas de situaciones traumáticas, las muertes, las migraciones, estafas, accidentes, fracasos, enfermedades, desgracias, tragedias, etc. Se transmiten de generación en generación a la espera de algún acto de conciencia de algún miembro de la familia, capaz de liberar al sistema familiar y a las nuevas generaciones. Todos estos sucesos y acontecimientos están expresados a través de patrones o programas, y nuestras vidas son la expresión de dichos patrones y programas.
Se ha podido comprobar que cada miembro lleva toda la información, de acuerdo a la ley universal: “El Todo está en cada parte, y cada parte contiene al Todo” cómo lo ha demostrado la teoría del holograma de Denis Gabor que fue merecedora del premio nobel. Y cómo lo sostiene la Física Cuántica, que todo está entrelazado, demostrando que todo está unido, a través de lo que se llama “Campo” o “Matriz”, tal como lo decía el padre de la física Cuántica Max Planck.
Al ser duelos desautorizados, tabúes, corren la misma lógica que los secretos familiares. Es decir “de lo que no se habla porque está prohibido”, la lógica del secreto lleva consigo la condena sobre la palabra, y la obediencia de todos. Es como si la estabilidad o la dignidad del sistema familiar dependiera de seguir manteniendo el silencio. Todos perpetúan la complicidad del silencio, aún sin saberlo.
Lo que es secreto, lo clandestino, lo que fue excluido, remite a las dinámicas de las exclusiones, que genera nuevas exclusiones.
María Andrea García Medina