El apego al dolor muestra una dinámica donde el movimiento es directamente proporcional: el amor al dolor. Y paralelamente, a más negación del entorno, a más desautorización, más apego, más resistencia, más aferrarse a lo vivido, al dolor de la pérdida.
Estas dinámicas funcionan como circuitos de biorretroalimentación. Observamos cómo las mujeres se “acompañan” de su dolor. Es decir, un modo encubierto del apego con la complejidad por el tiempo que faltó de nido en el útero materno.
Estas madres se “apegan” a su dolor, que les representa ese hijo que ya no está. Reitero con la complejidad que es la falta de tiempo de ese vínculo madre hijo, por ser gestaciones de corta vida, la clave es la falta de tiempo para la construcción del vínculo.
Incluso podemos pensar también que la cronicidad de estos procesos pueda estar asociada a todo ese tiempo necesario que faltó, en ese tiempo de fusión, en ese abrazo inicial de la vida.
Lo dejo abierto, para seguir pensando, me vienen a la mente todas esas madres que siguen añorando a sus hijos que han partido tan tempranamente, incluso por muchos años. Y siento que esa despedida quedó trunca, probablemente entre tanta complejidad, porque lo que ha faltado justamente ha sido el tiempo necesario para inscribir ese registro primario de esa experiencia vincular, y se sigue amando y duelando en silencio.
Esta dinámica interna inconsciente subjetiva, pone de manifiesto que dejar de sufrir puede representar “dejar de amar”. Algo así como dejar de sufrir se puede convertir en sinónimo de retirar el amor, puede ser subjetivado como abandonar a su hijo fallecido.
Apegos, engramas y formaciones del inconsciente son conceptos que se articulan entre sí, se auto implican. Es decir, son distintos niveles de descripción, apego (psicosocial), engrama (biológico), formaciones del inconsciente (psicoanalítico). Una síntesis de estos niveles de descripción son los programas.
Este tipo de programaciones son formas de mostrar un mismo funcionamiento: el apego al dolor, como necesidad de restablecer la conexión del vínculo mediante el dolor.
Como la necesidad de seguir sintiendo, de seguir buscando, esa huella mnémica, ese registro primario de la experiencia de ese hijo con vida, mientras estuvo con vida en el vientre materno.
Me viene una de las definiciones que el psicoanálisis hace de lo real como “lo que no cesa de no inscribir”, lo que pulsa por ser simbolizado, representado, para ser integrado.
Desde este punto de vista, el padecimiento se convierte en directamente proporcional al amor, entonces cuanto más sufro es porque más he amado.
Desde otra perspectiva de análisis, desde la culpa también se explica el patrón de “apego al dolor”: es “tanto, tanto, tanto lo que sufro por este hijo” que entrego mi sufrimiento como una “ofrenda”.
Como parte de esta cultura sacrificial, voy a redimir lo que haya que redimir. “Más sufro, más demuestro que fui y que soy una buena madre. Y sufro también como un autocastigo, porque no he sido lo buena que hubiera podido ser. Si dejo de pensar en él, entonces no lo he amado tanto, el temor de abandonarlo…”.
En resumen, son las ecuaciones recurrentes en los casos de duelo, que develan esta dinámica interna del dolor como un aspecto inherente y central del amor. Y como forma de demostrar el amor, de seguir acompañándolos y de seguir siendo leal nuestros hijos.