Qué desafío nos presenta un nuevo embarazo después de la detención de una gestación?
Muchos la llaman maternidad arcoiris, a mi modo de ver es una hermosa metáfora, sin embargo debemos estar atentos a la capacidad de la madre y del padre de realizar el duelo del hijo que ha partido tempranamente.
Cómo son duelos desautorizados, en la mayor parte de los casos, el procesamiento emocional del duelo queda interrumpido en algún nivel. Y esta familia busca reparar con el nacimiento de un nuevo hijo. En psicoanálisis se llama duelo por sustitución, y se llama «hijo de sustitución».
Salomón Sellam, psicoanalista francés, acuña el concepto de Síndrome de Yacente, en el año 2001. Concepto fundamental que describe una configuración de síntomas que pueden padecer los hijos nacidos luego de que sus hermanos han fallecido intraútero, al nacer o posterior a su nacimiento.
Voy a describir breve mente algunas consecuencias de la imposibilidad de realizar un proceso de duelo saludable.
Si el embarazo y el nacimiento son sin mayores dificultades y nace un niño sano, cuando la madre tiene el duelo interrumpido/no resuelto, suele suceder que: en el niño nacido ve al hermano muerto, el bebé perdido queda idealizado y el que ha sobrevivido tiene una madre cuyo duelo no resuelto no le permite tomar la vida de este hijo que efectivamente ha llegado a nacer.
Y el niño nacido no cuenta con una madre disponible, hay una madre en duelo sin saberlo. El Puerperio patológico, donde además de conmoción hay depresión, sumado a la vulnerabilidad extrema, junto coctel hormonal propio del puerperio. No sólo por la ausencia de un acompañamiento/equipo de co-crianza, sino fundamentalmente, por los duelos interrumpidos, no reconocidos como tales.
Entonces cuando madre y padre no han podido transitar el duelo, el niño siguiente carga con el duelo no realizado por ellos.
Estos niños muestran carencias afectivas importantes, ya que su madre o sus padres, en vez de verlo a él, ven al hermano muerto a través de él. Por lo tanto, en muchos casos sienten que esa corriente de amor y ternura no está dirigida a él, sino a su hermano muerto. Entonces el amor es vivenciado como una carencia, no se sienten genuinamente destinatarios de ese amor, y cargan con la culpa de haber sobrevivido a su hermano muerto.
Y en otros casos, el duelo no resuelto, conlleva conductas de sobreprotección exageradas, por temor a la muerte del hijo que efectivamente ha llegado al nacimiento con vida. Lo cual también trae consecuencias, porque de otro modo también está cargando con el fantasma de la muerte de su hermano.
Los hijos por haber compartido el mismo espacio uterino de la madre, aún entre hermanos nacidos y no nacidos, conservan el lazo de fraternidad, que hace que ellos sigan leales, ligados por un amor muy grande, aún sin saberlo concientemente. Lo manifiestan en su juego, cuando se relacionan con algún amigo invisible, cuando dibujan, cuando piden un juguete o una golosina, y lo piden todo por dos (piden para si y para el hermano). Y el adulto lo atribuye simplemente a un capricho.
En síntesis, es de vital importancia, darle un lugar diferenciado a cada hijo, incluir, integrar a todos en el rango fraterno, en la configuración familiar. Si los hermanos que no han llegado a nacer no tienen un lugar diferenciado, el propio, desde una conciencia amorosa de toda la familia, puede suceder que el siguiente hermano, tenga el duro trabajo, no sólo de haber sobrevivido sino que lleve a su hermano en su inconciente, con ciertas consecuencias para su desarrollo.
María Andrea García Medina.