Con el avance de la modernidad, y actualmente en la post-modernidad, hemos sumado a los roles tradicionales, el hogar, lo doméstico, la maternidad y la familia, los nuevos roles arquetípicos masculinos. La mujer ingresa al mundo del “trabajo” en los inicios de la “Era Industrial”, mujeres obreras, en fábricas, jornadas completas, mujeres reemplazando a los hombres en épocas de guerras. Actualmente mujeres capacitadas, intelectuales, artistas, profesionales, empresarias. Hemos ganado nuestros derechos, nos desarrollamos a la par de los varones, en algunos casos superamos sus ingresos, casos en los que ellos continúan administrando nuestro dinero. Cargamos con los roles domésticos, y hemos salido al mercado laboral, duplicamos nuestra tarea, dentro y fuera del hogar. Y tuvimos que delegar en manos de terceros o instituciones, parte de la crianza de nuestros hijos.
En situaciones de separación, con o sin divorcio, cuando el varón abandona el hogar, nos vemos convertidas en “jefas de familia”. Aparentemente hemos delegado y perdido mucho más de lo que hemos conquistado, y estamos enfermas de agotamiento físico y mental extremo. El estrés se ha vuelto crónico, ya es nuestra forma de vida, hemos aceptado este “malvivir”, corriendo en jornadas interminables, maratónicas.
Una problemática central de la identidad femenina actual, derivada de lo antedicho y agravada por la presión de los modelos de belleza y de éxito imperantes del sistema, son los niveles de sobreexigencia desmedida, y la sobreimplicancia en todo tipo de responsabilidades. Dando como resultado un remix de viejos y nuevos modelos y mandatos: el “deber- ser- una- super-mujer”.
La mujer multifunción , la mujer “multitasking”, un nuevo concepto para describir, la capacidad de realizar varias tareas a la vez, esta capacidad de multiprocesamiento que tenemos las mujeres, donde terminamos haciéndonos cargo de una serie de situaciones, mochilas, tareas, roles, y de sobre-respuesta a las sobre-demandas y a las expectativas de los demás.
Complacedoras compulsivas, con tal de obtener un lugar de reconocimiento, de recuperar un valor, buscando afuera, en el “otro”, esa validación, aprobación, valoración, que no podemos encontrar en nosotras mismas. Trampas, laberintos y espejismos de un sistema que nos vuelve patéticas, enfermas, alteradas, histéricas, locas, jodidas, mártires, depresivas, anoréxicas, anorgásmicas, alienadas, enajenadas, adictas, compulsivas y masoquistas.
“ Ser nosotras mismas nos causa ser exilados por muchos otros. Sin embargo, cumplir con lo que otros quieren nos causa exilarnos de nosotras mismas.” Clarissa Pinkola Estés
Mientras escribo voy del dolor a la indignación, me pregunto si es necesaria tanta denuncia, incluso puede ser molesto para muchos y resultar exagerado para el criterio de ciertos lectores. Estos calificativos son los que reciben mis congéneres y he recibido yo… Es lo que sentimos en silencio, lo que nos decimos a nosotras mismas, ignorando que lo hacemos. Ya lo hemos internalizado, está invisibilizado para nosotras mismas. Es un sistema de autodesprecio, de autodenigración, de autodescalificación, totalmente autodestructivo, invalidante y discapacitante. Que nos mantiene pasivizadas, fuera de los lugares de poder y de la toma de decisiones. Aún de aquellas decisiones que conciernen a nuestros cuerpos, a nuestro dolor, como nuestra salud, y nuestros duelos.